Madrid, 30 de diciembre de 2022
Por Rosa Sánchez de la Vega. Escritora
El padre de Aurora llegaba a casa con ganas de cambiarse de ropa, ponerse cómodo y sentar a su hija sobre sus rodillas para que le contase—como siempre— qué tal le había ido en el colegio. Pero la pequeña quería preguntarle algo muy importante y tan pronto su padre abrió la puerta empezó a acuciarle para que se diera prisa.
—Papá tengo que hacerte una pregunta.
—Sí en seguida. Dame un momento y estoy contigo.
Aurora esperaba con un silencio apremiante. Tenia que saberlo.
—¿Papá?, oye, quiero… que me digas la verdad.
—Claro, hija. Siempre te la digo —respondió el padre un poco sorprendido. Mientras miraba a su mujer con signo de interrogación y Teresa se encogía de hombros con una sonrisa dibujada en los labios.
Es que… —titubeó Aurora.
—Dime, hija, dime.
—¿Existen los Reyes Magos?
El padre de Aurora se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo que le miraba igualmente.
—Mis amigas dicen que son los padres. ¿Es verdad?
La nueva pregunta de Aurora le obligó a volver la mirada hacia la niña y tragando saliva le dijo: —¿Y tú qué crees, hija?
—Yo no sé: creo que sí y que no. Tú nunca me engañas; pero mis amigas…
—Bueno en parte…
—¿Entonces es verdad? —cortó la niña con los ojos humedecidos. ¡Me habéis engañado!
—No, nunca te hemos engañado, porque los Reyes Magos sí que existen —respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Aurora.
—Entonces no lo entiendo,
—Mamá y yo creemos que ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla. La niña se sentó esta vez entre sus padres ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos.
Cuando el Niño Jesús nació, tres reyes que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al portal para adorarlo. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto, y el Niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor, dijo: —¡Es maravilloso ver feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.
—¡Oh, sí! —exclamó Gaspar. Es una buena idea, pero es muy difícil de hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo. Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, dijo:
—Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito. Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no podrían realizar su deseo. Y el Niño Jesús, que desde su humilde cuna parecía escucharlos muy atento, sonrió y la voz de Dios se escuchó en el portal:
—Sois muy buenos, queridos Reyes Magos, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?
—¡Oh, Señor!—dijeron los tres. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero no podemos tener tantos pajes, no existen tantos.
—No os preocupéis por eso —dijo Dios. Yo os voy a dar, no uno, sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.
—¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible? —dijeron a la vez los tres Reyes con cara de sorpresa y admiración.
—Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? —preguntó Dios —Sí, claro, eso es fundamental —asintieron los tres Reyes.
—Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?
—Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje—respondieron cada vez más entusiasmados.
—Pues decidme, queridos Reyes, ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?
Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír:
—Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes Magos de Oriente todos los niños reciban algunos regalos, yo ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor del belén, recordarán que gracias a los Tres Reyes Magos todos son más felices.
Cuando el padre de Aurora hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un beso a sus padres dijo: «Ahora sí que lo entiendo todo. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y no me habéis engañado».
Y corriendo se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía:
—No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero.
Y todos se abrazaron felices, mientras desde el cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.