Montehermoso, a 2 de febrero de 2023
Desde hace unas semanas venimos observando en los medios de comunicación, una serie de noticias relacionadas con los insectos como fuente cotidiana y a la vez necesaria, para la alimentación de la sociedad de nuestro tiempo.
Envuelta en una siniestra etiqueta de hábitos de consumo sostenibles, la prensa del momento, amparada en el Diario Oficial de la Unión Europea y el Boletín Oficial del Estado, se hace eco de la publicación de la autorización de componentes, formas de pasta, polvo o unidades desecadas de especies tan insignes para reforzar nuestra alimentación, como son el escarabajo del estiércol, el grillo doméstico, la langosta migratoria o el gusano de la harina.
Lejos de parecer una broma y con la falsa excusa de salvar el planeta, no resulta más que otra vuelta de tuerca inducida por aquellos que pretenden llevar a la humanidad a épocas prehistóricas anteriores al Neolítico; esto es, más de ocho mil años atrás y hacia un período en el que además de emplear la piedra pulimentada, se comenzó a cultivar el terreno y a domesticar a los animales para obtener leche y carne, con la que alimentar a las poblaciones sedentarias de la especie humana.
Tras este breve viaje en el tiempo, es bueno recordar una vez más que la cocina mediterránea es rica, saludable y variada y que no necesita del empuje y promoción de ningún multimillonario que piense en la correcta alimentación del resto de los habitantes del viejo continente.
La última oleada de noticias relacionadas con el consumo de insectos o derivados, se une a anteriores campañas interesadas, en las que, para impedir “un desastre ambiental irreversible” y en un horizonte de 10 años, se instaba a los denominados países ricos a comer carne 100% sintética para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y por tanto, minimizar el calentamiento global del planeta.
Estos planes, se divulgan a diario con total normalidad en los medios de comunicación, cargando de responsabilidad a los humildes ciudadanos y obviando por completo que al lugar desde el que se lanzan estos mensajes, únicamente se accede desde el confort de un jet privado y un vehículo de elevada cilindrada; nada contaminantes, por supuesto.
La insistencia en el blanqueo de la dieta a base de insectos, es una puntilla más hacia el consumo de carne, muy poco saludable y muy contaminante, según el argumentario de los poderosos que toman las decisiones e idean planes sostenibles en representación de toda la humanidad.
Es también otro rejón hacia la vida en el medio rural, que es quien abastece los mercados con productos naturales y limpia la atmósfera contaminada de las grandes ciudades, pronto convertidas en megalópolis si no lo remediamos entre todos.
El planeta vive una crisis existencial sin precedentes. Una crisis en la que se cuestionan sin pudor, los usos y aprovechamientos tradicionales y milenarios que proporcionan alimentos saludables de primera necesidad procedentes de la agricultura y la ganadería.
Lejos de incentivar a quienes aún trabajan en el campo y sostienen la base de la economía con su esfuerzo diario, cada día son más los inconvenientes y requerimientos para mantener las actividades en el medio rural. Un medio que pierde población paulatina y que se encuentra en evidente estado de regresión, condenado al abandono de su entorno y a la proliferación de grandes incendios forestales.
Pretender arrinconar nuestros hábitos sociales y nuestra gastronomía, ofreciéndonos a cambio larvas, saltamontes, grillos o escarabajos peloteros, es algo que nuestra sociedad no debe normalizar ni dejar pasar por alto, porque debemos ser una sociedad que avance y evolucione con el tiempo y no una que retroceda a la edad de piedra, donde escaseaba el alimento, al menos para aquellos que no tenían capacidad de liderazgo o poder de decisión.