Rosa María Sánchez de la Vega.
Madrid, a 30 de junio de 2023
El timbre del portero automático había sonado y por fin esta vez, no era un cartero comercial o alguien que se había equivocado. Pedro había recibido su paquete tres días después de la fecha prevista. La ansiedad de la espera se reflejaba ahora en la forma en la que lo abría, prácticamente lo estaba destrozando sin ningún miramiento.
Quería ver su encargo cuanto antes, aunque romper el embalaje de cartón no era la manera más rápida y normal de abrir un paquete.
El título del libro y su portada, no se correspondían con su pedido. Lo miró sorprendido y decepcionado, no podía creerse que se hubieran equivocado. Comprobó una y otra vez entre los restos del paquete por si se había dejado algún resquicio sin comprobar. Tal vez el libro que esperaba; el suyo, fuera una versión de bolsillo aunque debía ser diminuta, casi invisible porque no quedaba ningún trozo lo suficientemente entero como para que albergase nada que fuera más grande que el tamaño de un ticket de aparcamiento. Una nota diminuta.
¡Eso es! —Pedro cayó en la cuenta que quizás hubiera una nota entre los restos; una que posiblemente hubiera destrozado. Echa añicos.
Pero no había nada. Solo la factura seccionada al abrir el paquete con tanta premura.
Estaba decidido a reunir todos los trozos y con ello poner una reclamación. Una en la que volcase su ira contra el primero que descolgase el teléfono.
Sujetaba con la otra mano el motivo de su cabreo monumental para estar listo tan pronto alguien hablase al otro lado de la línea y pudiera darle los datos correctos y concretos. Marcó el número una y otra vez pero el sonido de la llamada se repetía intermitente hasta agotarse sin que nadie descolgara, ni siquiera un contestador automático al que gritarle.
La incredulidad, tornó a enfado y mal humor y unos minutos después arrojaba el ejemplar contra la pared desconchando un trozo de pintura. Uno más del mapa de rabias sin contener, que componían, las paredes de su casa.
Cuanto más lo marcaba peor se sentía, e hizo ademan de arrojar el teléfono contra la pared pero por alguna razón se contuvo.
¿Cómo era posible que se hubieran equivocado? Él necesitaba leer su libro; ansiaba hacerlo. Para cuando consiguiera devolverlo y que llegase el suyo, habrán transcurridos unos cuantos días y su ansiedad, no podía permitírselo.
Desesperado cogía el libro entre las dos manos y deslizaba las páginas entre sus dedos sin detenerse en ninguna de ellas para después tirarlo encolerizado contra la cama.
Salía de la habitación para asomarse a la ventana de la cocina que justo daba al portal. Estaba seguro que el repartidor volvería con su libro, al darse cuenta que se había equivocado.
Pasaban los minutos. Diría que casi una hora pegado al cristal de la ventana o abriéndola para asomarse, sacando casi medio cuerpo fuera.
Harto, furioso volvió a la habitación con la idea de destrozar cada página. Y lo intentó con una violencia desmedida tratándose de un simple libro, unas cuantas hojas vulnerables y frágiles. Pero por más que lo intentaba. No podía.
Una y otra vez las páginas se resistían férreas a romperse. Agotado por la pelea contra aquél ejemplar. Se detuvo y abrió por fin el libro por la primera página.
Pedro no ha habido ningún error en el envío.
“La ira es para los necios”
“La rabia te ciega”
Lee cada página de este libro. De ti depende todo cuanto hay escrito.
Y con la misma ira lanzo el libro contra la pared pero esta vez no hubo ningún desconchón. Simplemente cayó suave sobre la cama abierto justo por el primer capítulo. “Te invito a ser tu otro tú”