Enrique Julián Fuentes.
Montehermoso, a 3 de septiembre de 2023
Vivir del campo se está convirtiendo en una auténtica utopía. No es que cada vez resulte más difícil salir adelante desde el sector primario, sino que los números empiezan a echarse para calcular la cantidad de dinero que se perderá en cada ejercicio.
Por si no fuera suficiente con la sequía del presente año y el incremento exponencial que vienen sufriendo elementos tan básicos para la alimentación del ganado como son la paja, el heno o el pienso, ahora se instala en nuestras cabañas ganaderas el fantasma de la Enfermedad Hemorrágica Epizoótica (EHE). Una enfermedad vírica transmitida por insectos, que afecta gravemente a los rumiantes salvajes (ciervos, gamos y corzos), así como al ganado bovino, hasta el punto en que se está llevando por delante, según diversas publicaciones, un número que supera las 400 vacas al día, sólo en la Región extremeña.
En los tiempos que corren, cada vez que se descarga un camión de paja en una explotación ganadera, se lleva el importe equivalente de la venta de 6 terneras criadas. En un año tan fatídico como el 2023, una explotación de tamaño medio requerirá no menos de 15 camiones, o lo que es lo mismo, canjear entre 90 y 100 terneras para que puedan mantener el tipo sus madres, sin contar por supuesto, con las necesidades de nutrimentos y otros aportes alimenticios complementarios.
El problema actual de la EHE, no es más que otra vuelta de tuerca en forma de oleada de castigo severo sobre las explotaciones ganaderas extremeñas. Producir carne de vacuno de calidad es una auténtica epopeya, simplemente porque las cuentas no cuadran.
Piensos, cereales, forrajes, combustibles y costes veterinarios por las nubes, unidos a la escasez de pastos en el campo y de agua en los abrevaderos.
A esto se le suma la bajada de precios en la venta de la carne para cebo o matadero y las dificultades burocráticas y funcionales para cumplir las condiciones de la Política Agraria Común vigente así como el acoso permanente de sectores interesados en terminar con el consumo de carne por la población y la explotación en extensivo del ganado vacuno; sin pararse a pensar, ya sea por ignorancia o por indiferencia, en los múltiples beneficios que el sector ganadero aporta a la sociedad y al medio ambiente que tanto se dice proteger.
La actividad ganadera debería ser considerada un bien de interés cultural y por tanto, debería estar protegida y amparada fiscalmente, por todos los beneficios que arroja sobre la sociedad y el mundo rural. El día que desaparezca, motivada por la falta de rentabilidad y el continuo acoso que sufre desde grupos de opinión subvencionados, será interesante saber quien desbrozará los terrenos forestales sobre los que pasta la cabaña ganadera y si habrá presupuesto suficiente o se crearán nuevos impuestos para hacerse cargo de la extinción de los incendios forestales. Uno de los muchos problemas que aparecerán cuando no exista el ganado en nuestros pastizales de secano.
En algunos laboratorios, ya se trabaja para generar proteínas alternativas. Un concepto asociado a la intervención artificial del hombre, que consiste en crear proteínas similares a las que se aportan de manera natural en el pescado o la carne y en claro detrimento de la producción y consumo de la carne y el pescado por parte de la humanidad.
El desarrollo de las proteínas alternativas como tecnología industrial emergente, debería, para poder equipararse a las proteínas naturales, disponer de un plan alternativo también en materia de prevención de incendios forestales durante el verano, garantizar la lucha contra la despoblación y la creación de empleo directo e indirecto, así como la custodia del medio natural sobre el que se asientan las poblaciones rurales.
Protejamos nuestros productos, protejamos a nuestros ganaderos, protejamos a nuestros pueblos y ayudemos a quienes cuidan, verdaderamente, de nuestro medio ambiente.