Blanca Martín Delgado. Presidenta de la Asamblea de Extremadura.
Plasencia, a 5 de noviembre de 2023
Vivimos tiempos en los que se relativiza todo como paso previo al cuestionamiento. Como postura intelectual crítica ante la vida, es necesaria y loable, pero como herramienta arrojadiza para confundir las reglas de convivencia, es peligroso.
Nuestro sistema garantiza la inmensa mayoría de expresiones ideológicas en el seno del parlamentarismo. Allí, en los parlamentos regionales y en el Congreso, España y Extremadura han construido los mejores años de su historia, imperios, conquistas y esplendores varios, incluidos.
A nadie puede avergonzar -todo lo contrario- que el diálogo, como poder inalienable para alcanzar acuerdos, sea la base misma de toda aspiración al progreso, progreso como nación, como comunidades y como individuos.
Resulta imposible construir un país serio, sólido y plural, si las representaciones ciudadanas, en los parlamentos, no están dispuestas a ceder. Más de una vez he dicho que no hay un verbo más democrático que ceder.
Porque en las renuncias propias residen los acuerdos que respetan las visiones más amplias de lo que debe ser una sociedad dispuesta a convivir, a entenderse y a respetarse. La única línea roja imprescindible para no avanzar en esta dirección es la ausencia de libertad en cualquier tipo de pronunciamiento.
En definitiva, toda posición, propuesta y condicionamiento que aspire a convertirse en dogma para imponer una cosmovisión del mundo por encima de otra, no tiene ninguna cabida en el sistema de libertades que, repito, nos ha hecho vivir los mejores tiempos de nuestra historia como país, y región.
Así pues, creo que nuestro deber patriótico es intentar, por encima de cualquier otra virtud, apostar por el diálogo en el camino que debe concluir en grandes consensos que iguale a las personas y a los territorios.
Apostar por el diálogo que garantice los derechos individuales y colectivos, que anteponga siempre el interés general a la mezquindad sectaria y que haga de nuestra sociedad, un ejemplo de generosidad para que nada ni nadie, bajo ninguna circunstancia, pueda pisotear a otro, a otra.