Madrid, a 12 de octubre de 2024.
Los movimientos registrados en los denominados medios de comunicación suelen preludiar movimientos tectónicos en los cimientos de la escena política. Asistimos a un desplazamiento ideológico evidente: lo protagoniza un significativo núcleo de escritores de periódicos y periodistas que recala ahora en medios de información y opinión de líneas editoriales para ellos gratas pero antagónicas respecto de las seguidas por los medios en los que aquellos han desplegado sus respectivas carreras profesionales durante muchas décadas. ¿Es esto cosa de unos cuantos profesionales descontentos, de unas empresas recelosas, de una obsolescencia a la hora de entender la nueva manera de abordar la comunicación política o asistimos al germen de un proyecto político al cual aquellos se arriman en busca de un receptáculo grato para sus quehaceres? ¿Tiene esto pues, o no tiene, algún significado político? Este escribidor cree que sí. Y ello porque el tablero básico donde se despliegan las fichas del ajedrez político en España parece agitarse, hartos como están los mirones de la partida y los peones de la drea ante la inercia de alfiles, caballos, torres y próceres coronados de los partidos políticos.
Circunstancias personales aparte, tal desplazamiento denota un malestar que impacta en las percepciones de los concernidos, incómodos en los medios -y para los medios- donde a lo largo de tantos años se asentaron; sin embargo, dado el peso y la sensibilidad del universo mediático en las democracias, tal dinámica trasciende la esfera de lo subjetivo, lo personal y lo corporativo para incrustarse en un escenario objetivo que señala, al parecer, el preludio de una premeditada reconfiguración del escenario político español. Las primeras fichas mediáticas, así, comienzan a moverse.
A grandes rasgos, la itinerancia de ese puñado de periodistas y escritores de periódicos se contempla como un distanciamiento abierto de las políticas de izquierdas que aplica, como puede y cuando le dejan, el Gobierno de coalición, el primero en cuarenta años, lo cual les insertaría, a su pesar o no, en los rangos de la derecha extrema en la que ha devenido la antigua derecha democrática en España. Pero, analizando cuidadosamente el proceso emprendido por aquellos y por algunos de los medios que les acogen ahora, cabe imaginar que pocos de ellos estarían cómodos con Gobiernos cuyos dirigentes máximos mostraran encefalogramas políticos tan planos como los que exhibe la casi totalidad de los líderes de la oposición: abrazados estrechamente unos con otros por afinidades ideológicas, inconfesadas pero reales, bailan una especie de danza de la muerte que les condena a la irrelevancia a la hora de poder acceder a gobernar, para lo cual sería condición imprescindible que marcasen una neta divisoria entrambos. Pero no saben ni parece que quieran hacerlo.
Gestación
Por consiguiente, es presumible que el corrimiento descrito obedezca a que se está gestando el nacimiento de una opción ideo-política de nuevo cuño, versada a conseguir el poder que la derecha extrema y la extrema derecha no van a lograr como sigan en su mortífero y prolongado danzón, por mucho que intenten camuflarlo. ¿De qué naturaleza podría ser la nueva formación política en ciernes? Centrista, democristiana, liberal…? Pretendidamente centrista, sí parece que llegara a ser tal opción; pero no sería suficiente. Aún sangra la herida abierta por la incompetencia de los líderes de Ciudadanos, que perdieron su oportunidad de gobernar, de manera tan lamentable hacia sus propios intereses, para acabar a la postre abducidos en brazos de la derecha extrema. Los fracasos de la Unión de Centro Democrático, UCD; Centro Democrático y Social, CDS; y Unión Progreso y Democracia, UP y D, ya preludiaban las dificultades con las que el centro político tropieza en España a la hora de consolidarse, con una terca proclividad casi siempre orientada a disolverse en la derecha o más allá.
La opción democristiana podría ser viable si la Iglesia católica, que suele ser el cómitre de todas las galeras de la Democracia Cristina en el mundo, no viviera sus peores horas a efectos de crédito moral por los desmanes de los abusos a menores, tan premeditada y escandalosamente ocultos durante tanto tiempo. Habrá que estudiar algún día, con más perspectiva, las causas profundas de la conducta, como poco aberrante, seguida al respecto por la jerarquía eclesial que, a costa de ocultar los abusos, presumiblemente para minimizar el impacto del escándalo, ha conseguido maximizarlo hasta cotas impensables.
Además, pese a que muchas instituciones estatales no parecen tomarse en serio la aconfesionalidad del Estado español -el nexo nación-religión preside buena parte de las prácticas oficiales y festivas por todo el país- la desafección hacia la religión formalmente mayoritaria en España resulta evidente: basta con observar la inasistencia de los supuestos fieles a los cultos o comprobar la ausencia de seminaristas en los seminarios. La grey potencial no parece hallar espiritualidad en centenares de templos semivacíos, con sacerdotes que parecen predicar en el desierto. No obstante, la Iglesia católica conserva holgado ascendiente en la educación, no tanto por la calidad didáctica propia sino más bien por las carencias que la maltratada enseñanza pública muestra, de cuyas fugas aquella se nutre.
A propósito de la opción liberal, el concepto, que gozó de un contenido emancipador en las cabezas de sus primeros mentores, algunos de ellos valientemente beligerantes en las Cortes gaditanas, ha perdido hoy aquella vitalidad libérrima de la que se vio originalmente impregnado. Hoy la ve desfallecer bajo un adefesio, la etiqueta denominada neoliberal, que niega todas las consignas de la honesta y necesaria lucha antiabsolutista para cuyo despliegue el liberalismo nació. El colmo es que el neoliberalismo, objetivamente tan depredador en lo económico-financiero como inhumano en lo social, se alía hoy con el neoconservadurismo más rancio y dota así de discurso a una extrema derecha anteriormente estatalista, cuyos seguidores, en su desconcierto profundo, piden a ambos neos que consigan hacer funcionar las cosas que no ven funcionar ni en las democracias ni en los Estados. Algo semejante sucede en Estados Unidos con el trumpismo, que agita emocionalmente el descontento frente a la racionalidad del discurso de la candidata Harris. Cuánto se han de arrepentir más temprano que tarde las gentes, incluso las de sectores asalariados, que depositan su confianza electoral en tan devastadora neoalianza.
Como vemos, el hueco ideopolitico que los movimientos tectónicos observados se proponen rellenar tropieza con obstáculos de gran envergadura. ¿Es posible, o no, un partido centrista y, sobre todo, democrático en España, que pueda devenir hoy en bisagra o comodín capaz de poner fin a la premeditada polarización vigente? La respuesta a esta cuestión no es hoy responsabilidad de la izquierda, como la reciente y efímera formación Izquierda Española pareció haberse propuesto responder. Cierto es que anteriormente, tanto el PP como el PSOE trataban de atraerse, y lo consiguieron, a sectores desilusionados con el centrismo y tal fue parte de su combate en las urnas.
Pero hoy, visto lo visto, cabe afirmar que bastantes errores cometió ya la izquierda y demasiadas energías perdió durante la Transición por explicar a la burguesía española, que salía desnortada del franquismo, cuál era la tarea histórica que, como clase social le correspondía desarrollar en aquel tránsito hacia la democracia. Tras este bienintencionado padrinazgo, la burguesía, una vez aclarada y consolidada, acotó cuanto pudo la esfera de actuación de la izquierda, intentando sin éxito pleno, acorralarla mientras pudo.
Del dinero
Otro de los obstáculos con los que un centrismo democrático tropezaría vendría a ser su financiación: dinero hay, pero no autóctono, sino foráneo. El capitalismo patrio, concretamente el madrileño, el más paleto de los capitalismos nacionales, carece de coraje para abandonar sus remilgos y su falta de cultura política; prefiere agasajar con su foto de familia y aplaude condecorar al furioso librecambista porteño Milei, con miras a desplumarle en la supuesta entrega de las joyas de la corona estatal argentina en trance de desnacionalización. Veremos quién engaña a quién. El capitalismo catalán, cuando se le importuna, mira y, en ocasiones sonríe, a los independentistas, mientras el capital vasco aplica su pragmatismo de toda la vida, alejados ambos, hasta el momento, de cualquier veleidad o concomitancia con la extrema derecha centralista.
Hay sectores del dinero español que sí apostarían por un centrismo democrático, descontentos con y hartos de la plañidera gestión política que se insinúa desde Génova y asustados por las melonadas eructadas desde la Puerta del Sol. Pero, dados los fallidos precedentes descritos, no ven claro que tal centrismo, por el momento, sea viable y prefiere que sean otros quienes intenten ponerlo en pie. Desconocen que hay sectores foráneos ávidos de meter su copioso dinero en una plataforma política de nuevo cuño que, bajo el ropaje del centrismo, blinde sus poderosos intereses inmobiliarios y acceda a la élite de poder en España.
Así pues, capital foráneo si hay para esa y otras aventuras, con importantes sumas procedentes de la Venezuela enriquecida manque exiliada por no pagar impuestos y otro tanto del México de algunos poderosos en fuga. El dinero de algunos prebostes rusos no parece querer picar tan alto. ¿Sería esta financiación idónea para conseguir en España una formación política de nueva planta, preludiada ahora quizá por el hartazgo de una parte de la clase mediática y empresarial respecto a la ineptitud de la oposición y la polarización rampante? Habrá que esperar para verlo. Pero esos potenciales dineros que, por cierto, están ya detrás de algunos de los círculos opositores y medios de opinión que atraen a los escritores de periódicos y periodistas en tránsito, lejos de toda filantropía, de no mediar un placaje autóctono, sinceramente centrista, acabarían por imponer su diktat a los contenidos de los medios que financian y a los proyectos políticos nacientes. Lo cual, tal vez, daría origen a un nuevo éxodo por parte de algunos, los más indómitos, de aquellos que ahora recalan en sus lares. Y vuelta a empezar…
Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.