Enrique Julián Fuentes.
Montehermoso, 2 de marzo de 2024
Lo que estamos viviendo en estos días, en relación con los actos de protesta de agricultores y ganaderos, tanto en España, como en una gran cantidad de países de Europa, es fácil de entender para aquellos que tenemos vinculación con la actividad agrícola y ganadera.
Los que nada tienen que ver con el mundo del campo, comprenderían mejor la situación si, cada día que acudiesen a su puesto de trabajo, lo hicieran perdiendo dinero, o lo que es lo mismo, si tuvieran la obligación de pagar para cumplir con un derecho tan legítimo, como es el de poder trabajar.
Pero no sólo es que se pierda dinero cada día por el bajo rendimiento de la venta de los productos, sino que además, debe afrontarse el cumplimiento de una normativa, enfrentada claramente a los intereses del sector al que dice defender.
La gente del campo se esfuerza cada día por mejorar su explotación y por hacer que sus productos sean de mayor calidad, para que, quienes los consuman, noten la diferencia y sepan en qué se han gastado su dinero, en comparación con los mismos productos de terceros países, que no están obligados a cumplir una normativa tan estricta y por qué no decirlo, tan absurda.
En otras ocasiones, he comentado las múltiples dificultades a las que se enfrenta un agricultor o ganadero en los tiempos que corren y que se resumen en un bajo valor de venta de sus productos, mientras que el coste de los insumos necesarios para poner en marcha y desarrollar su actividad, crece de manera exponencial.
Hace tiempo que las explotaciones agrarias dejaron de ser rentables para el pequeño y mediano agricultor y ganadero y por este motivo, la tierra está cayendo en manos de grandes fondos de inversión, condenando al cierre y abandono, de más de 70.000 explotaciones agrarias; solo en España y en los últimos años.
El producto no vale lo que debería, al tiempo que la PAC se ha convertido en un tsunami legislativo de muy difícil comprensión y cumplimiento, por no decir imposible, que además requiere de interminables horas de dedicación en los despachos. Lo verdaderamente difícil es acertar cuando se tramita un expediente de ayudas de la PAC. Así de sencillo.
Las obligaciones y restricciones ambientales, marcadas desde los estamentos europeos, asesorados por grupos de presión ecologista, terminan de darle la puntilla a esta actividad tradicional, que se inició en el Neolítico, o lo que es lo mismo, hace más de 8.000 años, cuando no existían los intereses creados de hoy en día.
Desde los confortables despachos de Europa, se marcan las directrices de cultivo y reproducción de nuestro campo, obviando por completo que en otros países del mundo mucho más poblados y con valores disparados de emisión de gases de efecto invernadero, no se cumple en absoluto con la normativa que sí se impone a los miembros de la Unión Europea. Se importan a su vez, productos agrícolas y ganaderos, que no están sometidos al estricto cumplimiento de la normativa europea en materia fitosanitaria que, sin embargo, sí se exige a los agricultores y ganaderos de la UE.
El campo es sinónimo de esfuerzo y dignidad, de valores y sacrificio y el mundo rural está en peligro de extinción por la práctica de medidas que son inasumibles para los pequeños y medianos productores europeos.
Si los agricultores y ganaderos desaparecen, ¿a qué se dedicarán? y lo más importante de todo, ¿quién abastecerá los mercados de nuestros pueblos y ciudades, o es que nadie ha pensado en eso?. ¿Será verdad que terminaremos comiendo gusanos y proteínas generadas en laboratorios artificiales o seguimos pensando que se trata solo de una broma?.
¿Cómo es posible que compremos corderos de Nueva Zelanda, un país situado a 19.000 kilómetros de distancia, mientras que aquí no somos capaces de pagarle al ganadero lo que cuesta producirlo?.
Los agricultores y ganaderos son quienes custodian el territorio desde hace miles de años y no quienes lo destruyen, como quieren hacernos entender.
Vivir del campo se está poniendo imposible y aquellos que nos gobiernan, hacen muy poco por evitarlo, favoreciendo un cambio de ciclo y de difícil retorno.
El viejo Continente, que lideró la historia de la humanidad hasta hace solo unas décadas, se ha convertido en su peor enemigo y si la situación no cambia, se transformará en un espacio irrelevante y ausente de un liderazgo propio que lo dirija y que piense, por una vez, en el verdadero interés de los ciudadanos que lo habitan y por supuesto que lo sostienen.